Testimonio de Matías



Nací en la provincia de Buenos Aires, ciudad de La Plata el 30 de Julio de 1984. Soy el primer hijo de mi familia constituida por mis padres (Norma y Daniel) y mi hermana (Ana Laura).

Viví hasta los 8 años en esta ciudad. Llegué a completar mi primer año de escuela primaria y luego nos mudamos a la ciudad de San Francisco (provincia de Córdoba) donde actualmente vivo.

El primer día en el Colegio Sagrado Corazón de los Hermanos Maristas fue donde conocí a mis mejores amigos Nicolás y Ricardo, con quienes 20 años después todavía comparto muy buenos momentos; ellos son quienes cada tanto en asados o reuniones pueden describir mis conductas durante aquellos años.

Mi comportamiento no era normal, padecía déficit de atención, hiperactividad, obsesión compulsiva e incoordinación motora. Hasta el quinto grado del Colegio primario fui sometido a diversas consultas médicas tanto en Córdoba como en Buenos Aires y posteriormente, en este mismo período, a tratamiento psicológico, pués era la única solución que proponían los profesionales médicos (existen testimonios incluso escritos de mis maestras). También estuve bajo tratamiento psicológico durante 2 o 3 años y mis padres viajaban a Buenos Aires a visitar muchos especialistas que nunca pudieron darle solución a mi tema sin arriesgar mi salud por otro lado.

A finales del año 1994 la tía de mi mamá viajó a Italia para conocer a sus primos, permaneció un mes e hizo contactos nuevos. Al retornar a Argentina, mi madre, quien siempre estaba cerca de su tía, al conversar con ella empezó a interesarse por conocer también a esa gente que pertenecía a su familia. El contacto la llevó a encontrarse con una prima de mi abuela, Elke, quien resultó tener un hijo 5 años menor que yo con problemas de autismo muy agudos.



Paralelamente a esto mi madre ya se encontraba en su tercer año de cursado de Psicología del Colegio Normal Superior de San Francisco para encontrar por sus propios medios una solución a mi problema. Antes de que mi madre le comentara de mi problema a su prima de Suiza, me llevaron de un neurólogo que me prescribió Ritalina. No había llegado a tomarla durante 15 días, que mi madre recibió una carta de Elke recomendándole que por favor dejara de administrarme este medicamento porque lo consideraba peligroso para mi salud. Ella hacía tres años que estaba luchando por encontrar una solución al problema de su hijo de seis años de edad (Steven), y luego de leer algunas teorías acerca de los fosfatos comenzó a suprimir ciertos alimentos a su hijo. Lo más notable fue que cuando ella hacía esto el comportamiento de Steven cambiaba. De esta forma cuando mi madre se puso en contacto, Elke ya tenía una solución que parecía dar resultado ante la patología que presentábamos niños como Steven y yo.

Mi madre, ni bien recibió la carta, comenzó a seguir las instrucciones de su prima y cambió mi alimentación (en ese momento libre de fosfatos, conservantes químicos y la mayoría de los productos lácteos). Mi familia observó cambios en mi conducta a partir de la segunda semana, y fue desde ese momento que me quitaron la dosis de Ritalina que correspondía a la tarde. Al pasar otros quince días ya había suprimido también la dosis de la mañana, independizándome completamente del medicamento.

Finalizada la escuela primaria en el año 1996, con grandes progresos graduales en mi conducta y desempeño escolar, tuve la oportunidad de viajar por primera vez a Ginebra a conocer a Elke, Steven y Christian (el marido de Elke, padre de Steven). Allí comenzaron a hacerme los primeros análisis y estudios para probar la contaminación con metales pesados, los cuales dieron todos positivos y en niveles altísimos (como realmente se esperaba que fuera). Como se puede observar, para aquel entonces, en Enero de 1997, las investigaciones en el tema habían evolucionado bastante luego de la gran lucha de Elke contra la incredulidad, ya que no se entendía cómo un simple cambio alimentario podía lograr transformar de manera positiva la conducta de niños hiperactivos y autistas. Una gran cantidad de gente adulta y padres de niños afectados vieron una posibilidad de cura de sus enfermedades a través del cambio alimentario. Ellos notaban resultados que parecían asombrosos. Así aparecieron los primeros médicos e investigadores interesados en estudiar la cuestión en profundidad junto con Elke, quien para entonces ya había obtenido su título de “Licenciada en Nutriterapia” en Ginebra; este título la avalaba para investigar, dictar conferencias, etc.

Fue así que se fundaron las asociaciones Hyperactif y Stelior, las cuales Elke preside, para ayudar a las familias con trastornos serios de salud. Mientras tanto, varios investigadores que trabajaban en este tema se vincularon a estas asociaciones para trabajar en conjunto y así aparecieron simultaneamente análisis clínicos que podían fundamentar el cambio alimentario. Un evento importante en la historia de la vida de Elke fue el descubierto que ella hizo de una enzima celular que llamó Delta6Desaturasse, cuya actividad o función de síntesis se encontraba bloqueada por los metales pesados en todos los casos donde se diagnosticaban estas enfermedades en niños y adultos. A partir de este descubrimiento, muchos especialistas de distintas ramas de la medicina comenzaron a investigar a fondo la incidencia de los metales pesados en la salud de las personas y los seres vivos. Así se hallaron diversos tipos de soluciones para evitar que se activen los mecanismos de estos metales en el cuerpo y reducir los problemas que causan en el organismo.

Fueron estos tratamientos y el continuo esfuerzo, dedicación y perseverancia en continuar con el cambio alimentario, lo que hoy me permite, con 28 años, manifestar lo bien que me siento.

Durante mis días en la escuela secundaria, desde el primero hasta el sexto año, se observó un gradual ascenso en mi rendimiento escolar, en mi concentración y capacidad de aprendizaje. Durante todo ese tiempo siempre fui fiel a las indicaciones de la dieta. Cuando había finalizado el sexto año para comenzar a estudiar Ingeniería en Sistemas de Información, tuve mi fiesta de graduación. Paralelamente debía rendir el segundo examen de ingreso de matemática en la Facultad dos días después de dicha fiesta. Lo que ocurrió en aquella ocasión me dio la absoluta seguridad que no debía nunca más ingerir alimentos prohibidos, porque esa noche de la cena de graduación decidí no hacerle caso a la dieta y por única vez incorporé todo lo que no tenía permitido comer: lácteos, conservantes, aditivos químicos, etc. Matemática era una materia que venía estudiando hacía dos o tres semanas, con esto quiero decir que, aunque faltaban dos días para rendirla, ya la tenía estudiada. Las consecuencias de mi decisión, poco consciente, las observé dos días después cuando me tocó ir a rendir el examen. Esa misma mañana, al momento de leer el enunciado del primer problema, parecía que no podía retener lo que la consigna me indicaba, no la podía comprender, la leía una y otra vez pero perdía el sentido de las frases, anotaba los datos del problema en la hoja y cambiaba las unidades o no copiaba bien los números, inventaba mis propias reglas de aritmética para obtener resultados (como por ejemplo entre el cociente de adiciones, simplificar los números por arriba y por debajo del cociente que se repetían), preguntaba cosas sin sentido al profesor (como por ejemplo, algo que estaba explícito en la consigna, o cosas peores). En síntesis, fue el momento más caótico de mi vida en una situación de examen, y gracias a Dios no la experimenté nunca más. Obviamente, el resultado fue un 2 escrito con lástima. Los siguientes quince días permanecí en ese estado, aunque en mi hogar lo demostraba estando en un estado de completa hipoactividad (por ejemplo, no reaccionaba a las indicaciones de mis padres, me olvidaba de hacer cosas muy importantes, no podía pensar, me decían algo y ya preguntaba lo mismo inmediatamente, me hablaban y no escuchaba, etc.).

Posterior a este tropezón tuve la oportunidad de volver a Ginebra y permanecer allí durante 30 días donde pude recuperarme después de realizarme varios análisis clínicos. Como lo esperaba, resultó todo un éxito. Al volver estaba más lúcido que nunca, y a pesar de haber estado allí todo ese tiempo sin tocar un libro, en quince días preparé matemática, la rendí sin inconvenientes y la aprobé con un 9/10.

Cursando segundo año fui premiado con el mejor promedio de la promoción de mi carrera. También comencé el año 2006 habilitado para cursar todas las materias del cuarto año, siendo el único de mis compañeros con dicha posibilidad por el rol que juegan las correlatividades de las asignaturas en esta facultad. Así, en febrero del año 2010 fui el primero de mi promoción en finalizar la carrera de Ingeniería en Sistemas de Información. No pretendo ser engreído con lo expresado, sólo quiero constatar cómo gracias a un cambio alimentario debido a un problema metabólico grave pude lograr un rendimiento normal (o quizás mejor), algo que nunca hubiera pensado el psicólogo, médico o neurólogo que me diagnosticó el problema en su comienzo.

Si bien comenté sobre las mejoras sustanciales que experimenté en el ámbito de lo psicológico y psiquiátrico, también hubo muchas mejorías en lo que respecta a lo físico. Desde mi adolescencia hasta el año 2007, cuando me realicé el primer análisis de intolerancias alimentarias, sufría de crisis constantes de aftas bucales, acné en todo el cuerpo, especialmente espalda, pecho y rostro, dolores de cabeza agudos y algunos problemas gastrointestinales. Gracias a este análisis de sangre, pude eliminar de la dieta aquellos alimentos que mi sistema inmunológico no toleraba y progresivamente ver desaparecer todos los malestares mencionados. Es notable observar cómo al consumir un alimento prohibido vuelve a manifestarse dicha sintomatología.

Hoy me encuentro trabajando como responsable del área de tecnología de la información en una empresa de electrodomésticos desde hace dos años. Este trabajo lo desarrollo durante la mañana. A la tarde participo de diversos proyectos en el área de la informática y también colaboro con mi padre en sus emprendimientos.

Finalmente, deseo expresar que tengo la certeza de que mi misión en esta vida, además de formar una familia, es la de “predicar” mi experiencia y ayudar a todas las personas que son víctimas de esta misma situación que yo sufrí. Por esto último, estamos realizando con mi familia, y junto con el apoyo de la Asociación Stelior, lo posible para poder otorgar a todas las personas las herramientas necesarias para que logren encontrar el bienestar.